Queridos hermanos:
El otro día un hermano evangélico me dijo: «¿Por qué no viene a nuestro culto y se cambia de religión como aquel sacerdote católico que se hizo predicador del Evangelio?»
Le contesté: «Amigo mío, cambiar de religión sería para mí un pecado mayor. Pero dime, le pregunté, ¿cómo se llama aquel sacerdote que era católico y que se cambió de religión? ¿dónde vive? y ¿dónde pasó eso?». No sabía qué contestarme. No sabía mi hermano evangélico cómo se llamaba el sacerdote, ni dónde vivía... pero luego contó que tenía un casete grabado con su testimonio.
Bueno, le dije, cualquier persona puede decir y grabar lo que quiera para sembrar dudas, pero este asunto me huele a mentira, y no olvidemos que «Dios odia a los mentirosos» (Prov. 6, 17).
Y suponiendo que sea verdad que algún sacerdote católico es infiel a su vocación, esa no es ninguna razón para que yo me cambie de religión. Jesús tenía Doce apóstoles y uno de ellos lo traicionó, pero no por eso hemos de abandonar a Jesús y a la Iglesia que El fundó.
1. ¿Por qué no me puedo cambiar de Iglesia?
Primero, la religión no es como la política: hoy pertenezco a un partido y mañana no me gusta y me cambio a otro. La religión tampoco es como cambiar de camisa. La religión es algo que me merece mucho respeto.
Primero, la religión no es como la política: hoy pertenezco a un partido y mañana no me gusta y me cambio a otro. La religión tampoco es como cambiar de camisa. La religión es algo que me merece mucho respeto.
Además la religión católica, de la cual soy miembro, existe desde Jesucristo hasta ahora y es la única Iglesia fundada por Jesucristo sobre el apóstol Pedro y sus legítimos sucesores (Mt.16,13-19). Y además Jesús claramente dijo: «Yo estaré con ustedes todos los días hasta el final del mundo». ¡Y el Señor Jesús no miente!
Ahora bien, la religión pentecostal comenzó recién en el año1906 en los Estados Unidos, como un movimiento de renovación dentro de los metodistas y de a poco se fue extendiendo por todos los países de América Latina.
Desde aquella fecha hasta hoy esta práctica de división ha sido como el distintivo de los pentecostales. Algunos hablan ahora de que ya son casi 300 las iglesias evangélicas distintas en América Latina.
Les confieso que tengo mucho respeto por el movimiento pentecostal y hasta creo que puede llegar a ser un camino de santidad. Pero me es imposible cambiar de religión porque estoy plenamente convencido de que la Iglesia Católica es la única fundada por Jesucristo sobre Pedro y, por lo tanto, la única verdadera.
Un argumento que siempre debiera estar a flor de labios de los católicos es este: Jesús fundó la Iglesia Católica sobre Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt.16, 18).
De aquí se deduce que todas las Iglesias que son edificadas sobre otro fundamento que no sea Pedro contravienen expresamente la voluntad de Cristo. Esta es la verdad que glosa este versito:
Junto al mar de Galilea
el Señor dijo a Simón
tú estarás en el timón
de la Santa Madre Iglesia.
¿Dónde estaban, por ejemplo, los evangélicos en los años 100, 500 y 1000 y hasta el siglo XVI? ¿Dónde estaban cuando San Jerónimo tradujo la Vulgata?
¿Dónde estaban cuando las grandes persecuciones romanas en que tantos cristianos murieron por Cristo? Si para los evangélicos la Iglesia comienza con Lutero. ¿Cómo salvan entonces la laguna temporal entre el nacimiento de Jesús y el siglo XVI?
¿Qué pasa durante estos 15 siglos de vida de la Iglesia?
¿Cómo se cumple durante este lapso la promesa de Jesús «Yo estoy con ustedes»?
Los evangélicos irrumpieron en la historia sólo a partir de 1500, por tanto no tienen ni la historia ni el tesoro de la Tradición cristiana que tenemos nosotros. Tampoco tienen esta pléyade de casi un millón de mártires que han dado la vida por Cristo y que tenemos los católicos como un gran regalo de Dios.
Pero hay más. Dentro de la Iglesia Católica Dios me comunica su Espíritu Santo y todos sus carismas y dones espirituales. Dentro de esta Iglesia encuentro la verdadera adoración al Dios único y verdadero. La Iglesia Católica me comunica sus sacramentos, que son signos sagrados por los cuales Cristo mismo me santifica. Y es sobre todo la Iglesia Católica la que me ofrece el Pan de vida en la Eucaristía o Santa Misa. «Yo soy el Pan de vida que bajó de cielo, dice Jesús, y si ustedes no comen del Cuerpo del Hijo del Hombre y no beben su Sangre, no tienen vida». (Juan 6, 51, 53). La verdad es que hay muchas cosas que dejó Cristo en la Iglesia y que yo no las encuentro en las iglesias Evangélicas y que, reitero, solamente las encuentro en la Iglesia Católica.
2. La cuestión de la bebida
Ahora bien, a veces los hermanos llaman a cambiar de religión por la cuestión del trago. Quieren dar la impresión de que los católicos somos todos unos borrachos. ¡Qué injusticia y qué calumnia más grande! Llaman a cambiar de religión para «no tomar más» ¡como si la religión católica fuera una religión de borrachos! Esto es una gran falta de caridad y de justicia. Y aunque a veces hay personas que han dejado el trago al hacerse evangélicos, ello no significa que nuestra religión sea una religión de borrachos.
Ahora bien, a veces los hermanos llaman a cambiar de religión por la cuestión del trago. Quieren dar la impresión de que los católicos somos todos unos borrachos. ¡Qué injusticia y qué calumnia más grande! Llaman a cambiar de religión para «no tomar más» ¡como si la religión católica fuera una religión de borrachos! Esto es una gran falta de caridad y de justicia. Y aunque a veces hay personas que han dejado el trago al hacerse evangélicos, ello no significa que nuestra religión sea una religión de borrachos.
En estos últimos tiempos y en algunos lugares, muchos católicos por distintas razones se han pasado a los hermanos evangélicos. Pero yo les digo a los católicos: No se desanimen. «No temas, pequeño rebaño», porque al Padre de ustedes le agradó darles el Reino (Lc. 12, 32).
En la historia de la Iglesia Católica, una historia de 2000 años, hubo épocas en que casi todos abandonaron la verdadera fe. Por ejemplo en el año 356 se metió la herejía del arrianismo entre los creyentes y casi todos, hasta obispos y sacerdotes, abandonaron la Iglesia. Tiempo después terminó el arrianismo y volvieron otra vez a la Iglesia Católica. ¿Sucederá igual ahora?
En el año1200 aparecieron en Europa los cátaros y los waldenses, hombres muy piadosos y espirituales, predicaban otra religión y daba la impresión que iban a terminar con todos los católicos. Luego terminó el fervor de estos grupos y hoy día ya nadie habla de ellos. Pero la Iglesia Católica sigue. En los años 1500, Lutero y Calvino protestaron contra algunos abusos que había en el interior de la Iglesia Católica. Formaron iglesias separadas, las iglesias protestantes, que después con el tiempo se dividieron en muchísimas iglesias. Hoy en día muchas de estas iglesias se sienten avergonzadas de tantas divisiones, porque saben muy bien que Jesús quiere ver a sus seguidores todos unidos como una sola familia. Las divisiones de las iglesias son la gran tentación de todos los tiempos. Y si lo miramos con altura hoy es el mismo Espíritu Santo quien suscita deseos de unidad al interior de todas las Iglesias.
3. Los falsos profetas.
Ya en tiempo de San Pablo, se metieron falsos profetas que entregaban enseñanzas mentirosas: «Hermanos, dice el Apóstol, les ruego en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo que se pongan de acuerdo y que no estén divididos» (1 Cor.1, 10).
Ya en tiempo de San Pablo, se metieron falsos profetas que entregaban enseñanzas mentirosas: «Hermanos, dice el Apóstol, les ruego en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo que se pongan de acuerdo y que no estén divididos» (1 Cor.1, 10).
«Me admira mucho que ustedes estén dejando tan pronto a Dios y que estén siguiendo un mensaje de salvación tan diferente. Lo que pasa es que hay algunos que les molestan a ustedes y quieren cambiar el mensaje de salvación de Cristo. Pero si alguien les da a ustedes un mensaje de salvación distinto del que les hemos dado, que esta persona sea puesta bajo nuestra maldición» (Gal.1, 6-9).
Lo mismo escribe San Pablo en su carta a los Corintios contra los falsos apóstoles (2 Cor. 11,1-15). Algunos se han desviado y se han perdido en discusiones inútiles. Quieren ser maestros de religión, pero no entienden ni lo que ellos mismos dicen, ni lo que pretenden enseñar con tanta seguridad. (1 Timot. 1, 4-7 y 6. 3-5).
También el apóstol Pedro advierte contra los que enseñan mentiras: «Hay maestros mentirosos entre ustedes. Ellos enseñan secretamente sus ideas dañinas, negando así al propio Señor que los salvó. Hablan mal del verdadero camino que es el Evangelio y en su ambición de dinero, los explotan a ustedes con enseñanzas falsas.» (2 Pedr. 2, 1-3).
4. Predicar el Evangelio «a mi manera».
Queridos amigos: estos textos no los invento yo, están escritos en la Biblia. Y al igual como en otros tiempos había grupos de cristianos que predicaban el Evangelio a su manera, así no debemos asustarnos que ahora también aparezcan grupos que predican y explican el Evangelio a su manera. No se desanimen, no se dejen engañar, no acepten verdades a medias que son lo mismo que una mentira. Siempre ha existido la tentación de abandonar la Iglesia Católica y formar nuevas iglesias. Siempre que hay problemas, crisis o pecado en el seno de la Iglesia se producen divisiones.
Queridos amigos: estos textos no los invento yo, están escritos en la Biblia. Y al igual como en otros tiempos había grupos de cristianos que predicaban el Evangelio a su manera, así no debemos asustarnos que ahora también aparezcan grupos que predican y explican el Evangelio a su manera. No se desanimen, no se dejen engañar, no acepten verdades a medias que son lo mismo que una mentira. Siempre ha existido la tentación de abandonar la Iglesia Católica y formar nuevas iglesias. Siempre que hay problemas, crisis o pecado en el seno de la Iglesia se producen divisiones.
Es lo mismo que una familia. Supongamos que un día todo va mal en casa, que papá y mamá se portan mal, discuten, pelean. No por eso los hijos deben arrancarse de la casa, sino que, con prudencia y cariño, deben pedir que los padres se corrijan y se amen entre sí.
Donde hay pecados, hay desunión, cismas, herejías, discusiones... Pero donde hay virtud, hay unión, de donde resulta que todos los creyentes tienen un solo corazón y una sola alma. Así también debemos amar a esta Iglesia de Cristo que es santa y pecadora, y pedir la purificación de esta gran familia de Dios. Pero sería un pecado mayor salirse de esta Iglesia Católica para formar otra iglesia. Cada uno tiene que decir su propio «mea culpa» por la responsabilidad que le cabe en la marcha de la Iglesia. Ojalá nuestra Iglesia pudiera aparecer «sin mancha ni arruga», pero por el momento -somos peregrinos a la eternidad- todos somos caminantes y a todos se nos pega el polvo del camino.
Aunque todos abandonen la Iglesia Católica, yo seguiré siendo miembro de esta Iglesia de Cristo. No olvidemos que al final de la vida de Jesús casi todos lo abandonaron. Y hoy más que nunca tienen vigencia aquellas palabras de Jesús: ¿Y ustedes también quieren abandonarme? Al pie de la cruz de Jesús estaban sólo su Madre María, el apóstol Juan y algunas mujeres (Juan 19, 25-27) ¿Dónde estaban los otros discípulos?
Y cuando Jesús habló a sus discípulos acerca de comer su Cuerpo y beber su Sangre (Juan 6, 56) muchos discípulos suyos le dijeron: «Esto que dice es muy difícil de aceptar, ¿quién puede hacerle caso?» ( Jn. 6, 60) Y muchos lo abandonaron. Luego Jesús preguntó a sus Doce apóstoles: «¿Quieren irse ustedes también?» (Juan 6, 67).
Queridos hermanos católicos, después de todo, les he hablado con mucho amor, pero con un amor que busca la verdad. No tengo ninguna intención de ofender a nadie. Y termino recordando que, por cosas muy respetables que tengan las religiones evangélicas, el Concilio Vaticano nos dice que solamente en la religión Católica está la plenitud de la doctrina de Cristo y la plenitud de los medios de salvación dejados por Cristo a su Iglesia. Y si alguien queda con dudas acerca de alguna parte de esta carta, converse con cualquier sacerdote, religioso o laico bien formado. Solamente la verdad nos hará libres». (Jn. 8, 32).
¿Cuál fue el objetivo primordial del Concilio Vaticano?
El objetivo primordial del Concilio Vaticano fue promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos. Porque siendo una sola la Iglesia fundada por Cristo Señor, son muchas, sin embargo, las denominaciones cristianas que se presentan a los hombres como la herencia de Jesucristo. Y naturalmente esta división, además de contradecir abiertamente a la voluntad de Cristo, es un escándalo para el mundo y daña a la predicación del Evangelio a todos los hombres.
¿Qué es el Ecumenismo?
El Ecumenismo es un movimiento que se ordena a favorecer y fomentar la unidad de los cristianos para que, superados poco a poco los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesial, todos los cristianos se congreguen en una única celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio y que creemos subsiste indefectible en la Iglesia Católica. El verdadero ecumenismo no puede darse sin una conversión interior. Tenemos que implorar esta gracia del Espíritu Santo y orar para que pronto llegue el día de la perfecta unidad tan deseada y querida por Jesús. Dios quiera que vayamos avanzando hacia la plena unidad. Hacia aquella unidad que pidió Jesús en su oración sacerdotal: «Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti» Jn 17, 21.
El Ecumenismo es un movimiento que se ordena a favorecer y fomentar la unidad de los cristianos para que, superados poco a poco los obstáculos que impiden la perfecta comunión eclesial, todos los cristianos se congreguen en una única celebración de la Eucaristía, en orden a la unidad que Cristo dio a su Iglesia desde un principio y que creemos subsiste indefectible en la Iglesia Católica. El verdadero ecumenismo no puede darse sin una conversión interior. Tenemos que implorar esta gracia del Espíritu Santo y orar para que pronto llegue el día de la perfecta unidad tan deseada y querida por Jesús. Dios quiera que vayamos avanzando hacia la plena unidad. Hacia aquella unidad que pidió Jesús en su oración sacerdotal: «Que todos sean uno como Tú, Padre, estás en mí y Yo en ti» Jn 17, 21.
P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá